Es una disonancia moral que nos persigue: ¿cómo es posible que hombres ricos y privilegiados tomen decisiones que no solo van en contra de los intereses por los cuales fueron elegidos, sino que además condenan a miles de vidas de personas civiles desarmadas? Mi crítica va dirigida a entender la psique de estos líderes mundiales que parecen sacados de una película de villanos.
La desconexión del privilegio: Un mandato traicionado
El problema central radica en el abismo de realidad entre el votante y el elegido. Estos dirigentes provienen, en su mayoría, de una esfera tan rica y privilegiada que están intrínsecamente aislados de las consecuencias de sus propias decisiones. Para ellos, la guerra y la crisis económica son noticias en una pantalla, no el precio de la leche o la pérdida de un hijo.
Toman decisiones que benefician a una agenda oscura —intereses corporativos, geopolíticos o militares— y no a los ciudadanos que los pusieron allí. Filosóficamente, han reemplazado el contrato social («sirvo a mi pueblo») por un mandato abstracto y megalómano («sirvo a la supervivencia o expansión del Estado»), justificando así la traición a su propia base electoral.
El poder de la escala: El olvido del individuo
El control que estos hombres ejercen sobre ejércitos gigantescos es lo que les otorga esa sensación de poder absoluto. La escala es clave: cuando controlas la fuerza militar de una nación, las vidas individuales se convierten en meras estadísticas, en piezas desechables de un tablero de ajedrez global.
Esto es el Síndrome del Director de Cine: se sienten los directores de un drama mundial, donde las naciones son los actores, y las bombas son solo efectos especiales. Su poder es tan grande que la empatía se atrofia, permitiéndoles pasar por encima de poblaciones enteras sin sentir el peso moral. La indiferencia ante el sufrimiento civil en Gaza, Ucrania o Taiwán, no es un descuido, es un resultado directo de esta psicología de la escala.
El clamor contra el olvido: La voz de la protesta
Afortunadamente, la humanidad está reaccionando. No es menor el levantamiento de cientos de miles de personas pidiendo el desescalonamiento de múltiples conflictos bélicos en el planeta. Esta es la voz del individuo, el contrapeso moral que se opone al frío cálculo del poder estatal.
Es un recordatorio palpable de que, aunque ellos controlen los ejércitos, la soberanía moral reside en el pueblo. Es la lucha de la empatía contra la estrategia, de la vida real contra el cálculo geopolítico.
Conclusión: Nuestro rol en la supervivencia
Estos «tipos de película» están condenados al olvido histórico o, peor aún, a ser recordados como los traidores a la humanidad que usaron su poder para la codicia y la destrucción.
Nuestra tarea, como seres humanos, es recordarles y recordarnos que este mundo es de todos. La lucha contra la guerra y la desigualdad es una lucha por la supervivencia y la expansión de la vida misma, y comienza por alzar la voz contra aquellos que, desde sus pedestales de privilegio, deciden ignorar el clamor de la humanidad.

 
		 
			 
			 
			 
			 
			