La carga ajena: cuando la empatía se convierte en una trampa

La carga ajena: cuando la empatía se convierte en una trampa

«No puedes ayudar a todo el mundo, pero sí puedes empezar por ayudarte a ti mismo». Esta es una frase que escuché en una película y con la que me sentí identificado al instante. A menudo, en la vida, se nos presentan personas de forma pasajera, cada una con sus propios problemas y dilemas. Y a veces, sientes una empatía tan fuerte que crees que podrías ayudarlas a resolver sus problemas. Te involucras, te comprometes, y un día te encuentras a ti mismo pensando: “¿Cómo diablos llegué hasta aquí? ¿En qué momento me metí en este lío?”.

Como a muchas personas, a mí también me ha pasado. Te encuentras a alguien en una fiesta, en una reunión o en cualquier lugar donde la gente busca escapar de su realidad, y te das cuenta de que todos persiguen lo mismo: dejar atrás lo que ya no pueden cambiar. Y cuando eres una persona empática, amable (o, como dirías tú, un poco «gilipollas»), es fácil sentir esa pesadez por la situación de otra persona. Cuando menos te lo esperas, ya estás cargando con los problemas de alguien que apenas conoces. Suena duro, pero es la verdad.

Sí, es bueno sentir empatía y, de hecho, todos deberíamos tratar de ayudar. Sin embargo, he aprendido una lección vital: no debo comprometerme a solucionar la vida de nadie. Cada uno es responsable de sus propios problemas; cada persona debe encontrar la forma de salir del pozo en el que se metió.

Por supuesto, si alguien me pide ayuda, haré lo que esté en mis manos. Pero hay una gran diferencia entre ofrecer un consejo y la obligación de dar una solución. Yo ya tengo mis propios problemas. Y cuando necesito ayuda, la pido a alguien que sé que puede echarme una mano de forma eficaz, sin descargarle la responsabilidad.

La conclusión es simple: tengo suficientes retos en mi propia vida como para cargar también con los de los demás y complicarme la mía en el proceso. Esto no es falta de empatía, sino un acto de autocuidado. Tenemos el derecho de decir que no sin sentirnos culpables por no haber podido ayudar. Podemos ocuparnos de nuestros asuntos y hacer las cosas a nuestra manera sin molestar a nadie.

A lo largo de mi vida, me han dicho que me creo autosuficiente. Y no es cierto; estoy lejos de serlo. Lo que pasa es que, primero, intento resolver mis problemas por mí mismo. Si veo que tengo el agua hasta el cuello y que no puedo solo, no me duele el orgullo pedir un poco de ayuda. La clave está en no descargar mis problemas en otros, que es justo lo que la gente suele intentar hacer conmigo. Una cosa es pedir apoyo o un consejo, y otra muy diferente es que te transfieran una responsabilidad que nunca pediste.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *